viernes, 8 de junio de 2012

Nos escuchan tocar, en el parque de invierno.


Aún recordaba Clarence aquel banco a la vera del río, sobre la playa, esta vez verde, que se extendía entre los distantes árboles del parque nocturno. Sentado junto a Alabama, se olvidaba de sus antiguas musas las estrellas, del frío y de los desconocidos que fantaseaban con poder unirse a aquel instante divino. 

"Mmm... Mmm... Clarence ha ligado." dirían en el trabajo al día siguiente, con esa ignorantemente pícara voz de los que desconocen, y no pueden vivir, el amor. Afortunadamente, Clarence si podía.

Pues he aquí la religiosa razón por la que admirar tan conmovedor instante de increíble creación que nuestros chicos, con sus cerebros saturados de galaxias y recuerdos de sonrisas, usaban como ritual de aproximación. Qué fantástico resulta que una letræ pueda permitirse romper las leyes universales y abrir su propio camino. Qué sorprendente que algunos humanos admiren el cortejo de los cisnes y el sexo de los caballitos de mar cuando ellos mismos lo pueden elevar a sus pechos. 

Entonces huyó el miedo y aprovecharon los abrazos para hacerse un hueco. Incluso metamorfosearon las lágrimas, estremecidas y temblorosas por la ruborizada tez de Alabama. De un arroyo a una cascada. Una aldea en una nación y un beso por los planetas que se atrevan a retar semejante amor.

Amor.

Amor.

La palabra.

Amor.

El sentimiento. La vida. La felicidad. Alabama y Clarence lo gritaron, aullaron y celebraron al unísono, hasta que el astro rey sintió curiosidad por saber que pasaba en aquel banco que un día sintió frío.